Pero si los muros y techos de la Ermita de San José están en ruinas, lo que se destruyó mucho antes, fue lo fundamental que debiera de sostener a una iglesia y lo que le da la base para existir… sus feligreses y la fe de estos; y mucho más aún, la de “sus pastores”, cada vez más escasos; más impotentes y menos capacitados para dar ni ejemplos ni lecciones de casi ninguna clase.
La decadencia de Ermita de San José en El Lentiscar, como el de tantas otras y las que se ven venir a galope, es por la flojedad moral e incrédula de quienes las tendrían que sostener; pero la comodidad primero, sumada a la falta de guías claros a los que escuchar y admirar, sin olvidar el germen del pasotismo, descreimiento y cultura de la inmediatez; la que lo consigue todo a golpe de clikc sin la menor confianza en todo lo que tarde más de unos nanosegundos… hará que todo lo que hoy conocemos, se diluya en la nube del olvido.
La sociedad actual, tan acomodada, con tantos accesos a inutilidades sin fuste, saturados de superfluos e inservibles aparatos de vida limitada, apenas advierte que el Gran Enemigo ya está dentro de nuestras frágiles Murallas
El grupo más numeroso de la población no haremos nada, en cambio, otros muchos irán ilusionados a su encuentro para darles el mejor de sus abrazos; muy pocos ven avanzar imparable el brillo del fuego que lo consumirá todo. Ya ni siquiera hacen falta ejércitos alfanjes en alto; artefactos sencillos conducidos por la muerte en persona siembran el terror en cualquier rincón de cualquier ciudad; conforme vayan afinando olvidarán las grandes urbes y cualquier verbena de pueblo será tan letal como el reto más grande…
Pero estaba hablando sobre La Ermita de San José, en El Lentiscar; su penosa ruina, y la falta de fieles feligreses y curas creyentes y perseverantes en la fe, que la han dejado caer de esta manera…
Todo ha ido sumando hasta llegar a este cero absoluto. No, de los políticos, su inutilidad, dejadez y mentiras no voy a hablar en esta ocasión.
©José María Navarro Cayuela
Septiembre de 2017