lunes, 24 de agosto de 2009

MERCENARIOS IBEROS: MORADORES DE LA PIEL DE TORO





Karth, Guardián de los Secretos de la Tribu

Los antepasados que pueblan nuestras viejas historias y tradiciones nos legaron unos ritos, crónicas y costumbres y nos dejaron una historia real que con el paso de los años se transformó en leyenda y la cultura popular las ha convertido en fiestas.









De imborrable recuerdo épico es el caso del Pueblo Ibero. Es legendario y reconocido su valor para afrontar los mayores sacrificios personales y colectivos de toda una sociedad, de todo un pueblo, de toda una raza. El profundo respeto que profesaban a sus jefes y que les hacían mostrar una abnegación absoluta y fe ciega por sus caudillos es sobradamente conocida y hay múltiples pruebas históricas que así lo confirman.

200 años antes de Cristo hubo una guerra entre romanos y carthagineses por el control del Mediterráneo. Los habitantes de gran parte de la península, los iberos, se vieron afectados por las luchas de estas dos grandes potencias que querían dominar el mundo conocido.

En un primer momento, los iberos se defendieron de la invasión carthaginesa y aunque fueron conquistados, consiguieron matar al jefe del ejército cartaginés: el famoso General Amílcar Barca, padre y cabeza visible de una de las sagas guerreras más famosas y sacrificadas de toda la historia universal.











El sucesor de Amílcar fue su hijo Aníbal, que prometió vengar la muerte de su padre, y mantuvo durante toda su larga vida un odio eterno a su gran enemigo que no era otro que Roma.

Los carthagineses, con Aníbal al frente, raptaron a las mujeres e hijos de los Reyes Iberos para asegurarse la lealtad de estos, aunque bien es cierto que por miedo a las desgracias y desventuras que pudieran pasarles a sus familiares presos, fue por lo que se sometió tan fácilmente a todo un pueblo tan aguerrido como el ibero.

Mientras en Hispania sucedían todo este tipo de estrategias y posicionamientos tácticos, los romanos eligieron a un general para detener el avance de los carthagineses que, con Aníbal al frente se dirigían hacia Roma. Este hombre fue el General Escipión que pensaba que la mejor manera de parar el ataque de los carthagineses y dominar Hispania sería contando con el favor de los iberos. Para conseguirlo, decidió conquistar Carthago- Nova y liberar a las mujeres e hijos de los reyes iberos a los que también acompañaban numerosos siervos y esclavos de su misma raza. Escipión consiguió su propósito y los iberos empezaron a vivir bajo las órdenes de los romanos.
















Aunque muchos iberos intentaron mantener su identidad y costumbres propias, la más fuerte, la predominante cultura romana acabó absorbiendo a la cultura ibera. Con los años, la desaparición del pueblo ibero por la mezcla que se produjo entre ellos y otras razas vecinas, así como también porque terminaron juntándose y mezclándose con la sangre de los invasores se convirtió en un hecho indiscutible y lógico, que favoreció la desaparición como verdadero pueblo independiente y único, del Pueblo y la Raza Ibera. Estas historias y leyendas, repletas de pactos alternativos con unos y otros pueblos; con cientos de historias donde abundan los raptos de mujeres por las que posteriormente se negociaba cualquier plan de poder y posicionamiento estratégico; las mil y una revoluciones y guerras por la libertad y la propia vida con la que los antiguos hispanos esculpieron a fuego, sangre y llanto el carácter de los habitantes que en estas viejas tierras hispanas seguimos naciendo viviendo y muriendo, es el resultado de todas aquellas aventuras y sinsabores.














Las más arraigadas tradiciones que ellos defendieron hasta el final de su civilización, las incontables traiciones sufridas por los corruptos que siempre queremos eludir de nuestros sueños pero que florecen inexorablemente en alguna incontrolada pesadilla, las épicas y desconocidas batallas libradas, las ejecuciones y asesinatos de héroes anónimos de todas las edades condición y sexo… y un largísimo e ignorado rosario de sufrimientos viles y alborozadas victorias, nos sugieren los mundos llenos de poesía épica creados por Homero, Sófocles y tantos otros narradores de acontecimientos humanos que dotan a nuestra raza de tan singular carácter y nos ha concedido el entendimiento preciso para ejercer el predominio total sobre el mundo que nos rodea, lo cual tampoco es como para enorgullecerse o vanagloriarse excesivamente por ello.

Los viejos fantasmas del pasado se pasean por nuestro campamento, participan con nosotros en nuestros actos, batallas e invasiones y… sin que muchos de nosotros, ignorantes mortales al fin y al cabo, lo sepamos, se recrean gozosos con nuestros mejores momentos festeros actuales.

Las relaciones entre los hombres y la propia concepción del mundo es fruto imperecedero de esta identidad que, a pesar de los sufrimientos y los sacrificios innegables que conllevan, es lo que renueva a la humanidad sin engañarse lo más mínimo en que muchos de los cambios que después nos pueden enriquecer como sociedad están motivados por la avaricia del poder que hace de motor del mundo.










Las guerras, como máxima y absurda expresión de los conflictos humanos, casi siempre fomentadas por y para el beneficio de personas determinadas a nivel individual o clanes de poder concretos, son una indiscutible máquina aceleradora de artefactos de muerte que después se aplicarán a la vida civil y permitirán que esta prospere sin tener en cuenta ni a quien beneficia realmente este mal llamado progreso y ni mucho menos a cuantas vidas de inocentes se tuvo que llevar por delante para ser demostrada su eficacia.


Ni una sola gota de sangre de nuestro cuerpo está libre de haber circulado en algún momento por las venas de un vil criminal o las de un héroe abnegado. Los miles de antepasados que nos preceden , no han sido distintos a lo que somos en la actualidad, nuestras tradiciones, nuestro presente… nuestro futuro… todo ha pasado ya en algún lugar… en algún momento…todo ha sido escrito en los campos de batalla del pasado más remoto.